Por MARTHA LUCÍA RÍOS | Corresponsal Eje Cafetero
Cuando existen niños cercanos a nuestros afectos, llámense hijos, familiares, vecinos, etc. de forma arraigada se instala en nosotros ese sentimiento fraterno hacia ellos y por ende su bienestar. Nos duelen las injusticias hacia estos pequeños e indefensos seres humanos, queremos de manera ilusa que ellos jamás experimenten ningún sentimiento de tristeza, dolor, desesperanza y demás; hasta caemos en la sobreprotección de estos infantes que, aunque crecen, siempre serán los “bebés” de las mamás.
Tener la responsabilidad de su formación, esa ayuda incondicional de estar ahí para cuando nos necesiten, es una hermosa labor además ardua que dura toda la vida. Hasta aquí y aunque falta más por describir hasta aquí estamos de acuerdo. Teniendo en cuenta que estas nuevas generaciones vienen con una inteligencia impresionante, como si nacieran con determinado aprendizaje y hasta nos hemos detenido a compararlos con nosotros, es casi que el paso a seguir, pues uno de los ejemplos es que a nosotros nos tocó aprender y estudiar para enfrentarnos a la nueva tecnología, pero ellos en cambio desde muy niños nos sorprenden cuando vemos que saben usarla con una naturalidad sorprendente.
Entonces a la par y en gran porcentaje surge la contradicción de no aprovechar esa inteligencia y destrezas, de empujarlos por un abismo virtual, de la inconciencia de creer que nos las sabemos todas y creemos que el modelo de formación nuestro lo estamos aplicando a estas nuevas generaciones. ¡Error garrafal! Observamos de manera frívola como las madres, padres o personas adultas a cargo de estos pequeños, para distraerlos les entregan sus celulares, consolas, ordenadores, tabletas y etc, con los cuales tienen acceso a toda la información que quieran y con quien quieran conectar en cualquier lugar del mundo, sin el control de los adultos.
Y ni que decir de los berrinches con los que los manipulan, ya que de manera irresponsable y facilista se los quitan de encima dejándole la crianza al internet. Somos testigos del ahínco con el cual respecto a este tema se refieren en los establecimientos educativos y del caso omiso que hacen la mayoría de adultos con la excusa de no hacer padecer a su crío, por no tener uno de estos aparatos tecnológicos en la mano.
Aclaro que no estoy en contra del momento de la tecnología que estamos viviendo, reconozco la herramienta enorme que es, pero también debemos aprender sus límites y lo que el desborde de ella conlleva. Que no se nos olvide de la creatividad que desplegábamos jugando, de los valores que se siembran cuando compartimos con nuestros familiares y amigos, ese contacto tan humano que hace desarrollar mejor los cerebros y no modificándolos en su forma de pensar, ni apropiándose de la falta de concentración por las distracciones e interrupciones. Internet no es la panacea, lo humano es lo esencial.
Seguramente en un futuro cercano no faltará a quien bauticen “Google” o Instagram o “Facebook” o “Apps” o “Twitter” o convocaremos a reuniones con amigos o familia para seguir mirando los celulares y seguir ignorándonos, por que los contactos personales pasan a un segundo plano.
“Lo que aprendemos y lo que recordamos nos hace lo que somos” Eric Kandel-Nobel de medicina.
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